miércoles, 18 de noviembre de 2009

Chiquitas pero rinconeras.......ay!! la que siga


Sentado frente al balcón de mi departamento veo como lo que parecía ser un día despejado se convierte instantáneamente en un día de viento y lluvia, lío un cigarro, me preparo un té y automática mente busco en mi reproductor una canción de Bob Dylan, pero antes de pulsar play me detengo y recuerdo que tengo un compromiso con mi guitarra, una guitarra que no es mía en realidad y que me ha costado trabajo tocarla.

Después de tener la en mi regazo mientras me fumaba el cigarro empiezo tocar acordes al azar y poco a poco se empieza a formar una progresión armónica legible, pero la letra no termina de llegar.

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Dublín, ciudad de contradicciones y desviaciones de la lógica, como cualquier ciudad que merezca ser querida, tiene esas dos propiedades que la hacen añorable, como New York(aún cuán burdo suene el ejemplo lo sostengo), como la ciudad de México, como el apacible San Luis Potosí o el mismísimo Río Verde de mi corazón. La naturaleza de este cariño no esta en los edificios viejos de ladrillo rojo, en las paredes de adobe o en las antenas que rayan el cielo, no está tampoco en lo cosmopolita que pueda ser, en el número de festivales musicales o cinematográficos que albergue, el producto interno bruto, población o cualquier medida comparativa, mucho menos en la calidad (en su totalidad relativa) de la gente y su candidez.

Está sin embargo en su capacidad intrínseca de hacernos sufrir, de arrancarnos una lágrima de dolor, de arrebatarnos una carcajada, de provocarnos un arrebato de furia, un “Puta madre” de frustración, una dependencia y un hastío, que nos recuerde experiencias y nos ponga delante de retos, que nos sacuda, que nos despierte algo de ese instinto de vivir ahora al parecer tan muerto…………

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miércoles, 4 de noviembre de 2009

Robot Organico 2



La luz del día se empieza a colar por una rendija de la cortina de la ventana, formando un haz de luz que justo marca un línea que culmina en la cara de Antonio, quien lentamente, empieza a reaccionar a la luz que atraviesa sus parpados y al candor que la luz constante posa sobre su rostro, Antonio por fin abre los ojos y al tiempo suena el despertador.

Que mejor despertador que la costumbre, piensa, lleva ya tanto tiempo despertándose a la misma hora que su reloj biológico trabaja con la precisión de una maquinaria suiza.

Así es como comienza Antonio estos días con todos estos movimientos maquinales y cronometrados: 10 minutos en la ducha empezando en la cabeza y continuando hacia abajo, 5 mas en vestirse con el uniforme de la dependencia color azul claro, 10 en tomar su desayuno (café negro), el mismo de todos los días y de esta forma toda una cadena de eventos llevados a cabo con la exactitud de una maquina recién aceitada.

Antonio usualmente llega a su cubículo ya resignado al monótono que hacer diario, incluso prepara pequeños juegos mentales como por ejemplo, tratar de adivinar cuantos trámites se autorizarán ese día o cuantos serán rechazados; es curioso como la mente nos pone trampas y juega con nosotros, Antonio, inconscientemente, si dada la suerte que llegara a sus manos algún trámite con alguna anomalía muy particular, haría hasta lo ridículo por desenmarañar los misterios que rodean a esta. Pero en estos tiempos de la era informática, cualquier posible anomalía por mas pequeña que fuese, sería revelada por algún tipo de lupa informática de esas que en vez estar hechas de cristal, son hechas de innumerables series de combinaciones binarias y potenciadas por esos procesadores de nueva generación.

Además, la inconsciente necesidad de cambio, de espontaneidad lo lleva en ocasiones a tratar de provocar encuentros, como forzando al azar, jugándole tretas al destino, trata de relacionarse sin querer, hace conversaciones cortas como queriendo que de alguna de éstas surja el principio de alguna amistad, por superficial que ésta pueda resultar, algo de lo que pueda resultar alguna invitación al cine o al típico café. Se ha vuelto también atento a las conversaciones ajenas, no con una intención de chismorreo, más bien con la intención de participar, hacerse notar un poco.

Antonio, aún estando como esta y siendo como es, aun puede ser un blanco más de esas coincidencias de la vida, que con harto humor negro e ironía y por que no decirlo con cierta conveniencia para los fines del relato y que, para hacer honor a la verdad, habrá que decir que se estaba acercando a topar con pared, siendo como es, la vida a veces te regalan oportunidades en los momentos en que te encuentras menos apto para atenderlas o incluso para notarlas. Con el cinismo de quien le tiende la mano a un manco, la vida se burla de nosotros restregándonos el objeto de nuestro deseo en la cara.

Esta mañana Antonio sentado como de costumbre en su cubículo no lo ha notado, pero la misericordia del destino le esta preparando una sacudida y con sutileza le va dejando pistas. Al levantarse esa mañana no había agua caliente, alguna brisa nocturna, heraldo del azaroso destino, se encargó de apagar el calentador, como haciendo el primer movimiento en la cuadrícula blanco y negro.

Un retraso llevó a otro, bien sabemos que las cosas van hiladas una tras otra, seguidas, si acaso nos podemos saltar unas cuantas o las apresuramos, pero aun así y de no ser que se haya descubierto una forma de hacer hoyos negros y manipular esas cosas tan cotidianas y tan complicadas que son el espacio y el tiempo, si se pierden unos segundos haciendo tal, a su vez se retrasa el cual, por eso y sin demás intento de evadir las posibilidades que Antonio tenía para llegar temprano al trabajo, aunque, porque no decirlo, corrió tras los minutos que se le habían escapado, no logró mas que arrebatarle, apenas con las uñas, algunos minutos a la media hora de retraso que llevaba, y ahora que Antonio salió a tomar su lonche con tiempo de menos y veinte minutos mas tarde, lo hacen correr para alcanzar algún lugar en su fondita, su idilio gastronómico.

Colmo de colmos, la pequeña fonda donde Antonio acostumbra comer, esta repleta, el lugar que mecánicamente ocupaba todos los días ha sido ocupado por un grasiento comensal ataviado en un traje negro, que a leguas se notaba le queda chico.

Frustrado al ver como la rutina de su día a día se fue al carajo Antonio sale del comedor apresurando el paso, no sin antes echar un par miradas, de esas fulminantes pero infantiles en su intención de aleccionar con un gesto amenazador, como deseándole una severa indigestión a nuestro rollizo amigo de traje negro. Ya en la calle, y estando en busca de su platillo de arroz y filete de pollo típico de este día de entresemana, Antonio busca y pregunta por algún lugar con la suficiente higiene, que le sea digno, pero solo encuentra muchos puestecitos, de esos de garnachas y de comidas por demás grasientas, de esas que, según sugiere el gesto que Antonio lleva en la cara, piensa él que nuestro amigo rollizo había abusado en su consumo.

Vaya aventura gastronómica, tres cuadras adelante y dos a la derecha después Antonio esta sentado al fondo del cuartucho que por los días la hace de cocina económica y por las noches de baresucho con todo y sus ficheras que no venden fichas, pero que si venden caricias y que, a diferencia de lo que se dice en alguna canción que hace alusión a este tipo de lugares, estas ficheras no venden caro su amor, lo venden digamos razonablemente barato y que solamente nos resta decir, de una forma por demás romántica e ingenua que sus precios son resultado de un desinteresado y por demás noble acto de solidaridad en estos tiempos de recesión.

Ahora bien, después de divagar un poco, algunos dirán un tanto, sobre las honorables tarifas que si bien son bajas, aun ofrecen y garantizan la misma satisfacción que las altas, vamos a lo que nos incumbe, y que en estos momentos va por el plato fuerte, habiendo acabado el entremés, un exquisito caldito de camarón, con una rapidez inusitada, a causa talvez de la adrenalina que le corre por las venas, en esta su aventura, su escape de la rutina, que cualquier cosa es para la mayoría pero que, para Antonio, es una escalada en vertical y sin cuerda de protección.

Ahora se enfila a devorar la milanesa, que si bien no sería una recomendación de primera mano de algún campeón de fitness, tampoco le tapará las arterias, además de que, aunque algo chiclosa esta decentemente buena, y muy bien servida, y no hago referencia al tamaño de la guarnición de arroz que lo acompaña, ni a si el filete era de buena amplitud o al grosor, a lo que me refiero es que quién le sirvió el plato lo hizo bien, cuidando que, como marca la máxima gastronómica, el gusto le entre por la mirada, la mesera que atiende a nuestro amigo resulta ser un ingrediente esencial de las recetas de esta fondita, de esos secretos que te aseguran una clientela cautiva, de esos que te llenan el ojo mientras lo demás te llena la panza.

No es digamos, la mesera, dueña de una belleza de esas de pasarela en ropa interior o de esas de actriz hollywoodense, vamos, ni de cine mexicano setentero, pero su encanto debe de tener, es decir, los atributos de la comida por sí solos no llenan el lugar a la hora de la comida, algo en la mesera atrae a los comensales, particularmente, en su mayoría, casi totalidad, hombres, vamos, que algo en sus anchas caderas debe de resultar en un irresistible digestivo para la hora de la comida, algunos preferirán una copita de aniz, otros con la tierra que los vio nacer en su corazón tal vez gusten de un caballito de tequila, o tal vez otros con mas solvencia y con el supuesto buen gusto inherente en ella, degustaran acaso una copita de coñac, pero no, estos caballeros recurren talvez, y digo talvez por que al no poder entrar en la mente de los demás comensales no nos queda más que suponer que recurren a unas frondosas caderas para mitigar la ansiedad intestinal.

O tal vez no sean sus caderas y sean sus ojos negros que, bordeados por debajo con una ligera sombra negra que nos recuerda a nuestros primeros trazos en los cuales fallamos un poco en colorear dentro de la línea, pero que también da una ligera profundidad, y bordeados también por arriba, por un abanico de cejas inmensas que en cada parpadeo pareciera agitar el aire enrarecido por el olor a carne cocida y especias, dando a una brisa bochornosa, que por momentos hizo recordar a Antonio, en unos de esos flashbacks estilo Hollywood, algo sobre como el aleteo de una mariposa en el lejano oriente puede provocar un huracán al otro extremo, digamos el cercano occidente, teoría del caos según le llaman los expertos, vaya disparate, una mesera provocando huracanes, pensó Antonio al regreso de su ensoñación.

O tal vez sus labios rojo escarlata, o sus cejas dibujadas con cierta geometría, podría ser talvez su nada discreto vestir, dejando ver algo que solo algunos pocos, como caballero no me atrevo a pensar en muchos, han obtenido de ellos sus favores y que muchos seguro que los desean, o talvez sea en su conjunto, este combo de bondades superfluas, la formula exacta de la atracción y la ambrosía, pero en honor a la verdad debo agregar que, el trato amable y alegre, una voz de esas que da gusto oír forman parte esencial de la formula, que aunque en la pintura mental de esta mesera no haya evocación alguna de estas virtudes, sumado a lo anterior, atrae con la fuerza de un magneto sobre limaduras de hierro las miradas de los demás comensales en su camino a la mesa de Antonio, al que ahora le lleva su postre.

Aquí le dejo su flan, dijo ella en un tono amable y cerciorándose de rozar ligeramente los dedos de Antonio que al momento del roce casi dejan caer el plato. Que atrevimiento podrían pensar las mentes recatadas, así no es como debería de comportarse una dama, pero fuera del juicio moral y puritano, el cual es siempre de opiniones y creencias y que estas al enfrentarse al hecho irrefutable de que bajo ninguna circunstancia Antonio hubiera tomado la iniciativa para no digamos un cortejo, tampoco un coqueteo, digamos pedirle una servilleta, queda totalmente descartado el juicio y en cambio si se reconocen los nuevos modos, donde la mujer como el hombre, tanto uno como el otro, puede dar el paso inicial e iniciar la danza de las danzas, esa donde solo algunos consiguen dominar con maestría mientras los demás la pasamos a-rítmicamente chocando unos contra otros y pisándonos los dedos de los pies.

Un tímido gracias y un desafiante de nada, y de Antonio nada, la mesera se pasea limpiando las mesas cercanas siempre tratando de ofrecer una vista agradable a Antonio, quien ruborizado, solo atinaba a comer lentamente y con pequeñísimas cucharadas su flan, del cual solo podemos decir que se ve suculento, y que, por mas esfuerzo que se haga por saber si estaba delicioso o no, será un misterio que. por la relevancia del flan, es decir, ninguna, quedara sin resolver por el momento, y que como no queriendo acabárselo se lo acabó , pero para ese entonces la mesera que aunque seguía trabajando con la dedicación normal de cualquier día de trabajo, con el usual arrojo hacia sus deberes del día, ya había tomado la determinación de dar el primer paso de la mencionada danza, incluso ya tenía elaborado un plan sobre como sortear las evasivas que Antonio, por simple timidez, le daba. Lo cual de nueva cuenta es una suposición un tanto sin fundamento ustedes dirán, pero que en realidad fue hecha basada en la lectura de los gestos, actitudes y miradas que la mesera en ningún momento ha guardado discreción alguna al demostrarlas, y que prueban que en efecto algo se trae entre manos.

Con la habilidad de quien hace buen juicio sobre las personas, la mesera, y digo mesera por que eso es lo que es por el momento, no hay connotación despectiva alguna, en su lugar lo que si hay es un reconocimiento a la labor de atender a las personas que, sin duda, requiere de habilidades ahora tan en desuso como la paciencia y la empatía, y que es por este oficio también que, la mesera, ha desarrollado la mencionada habilidad de juzgar a la gente y de reconocer sus debilidades, de ver de que pata cojean pues, puede ver a través de las personas, descifrando en cada movimiento, las debilidades de carácter y las demás características singulares que conforman las variadísimas personalidades que la naturaleza humana nos permite, poniendo atención a cualquier detalle, y lo digo sin exagerar, aunque si lo pensamos bien, todas las cosas buenas en esta vida son solamente exageraciones de lo ordinario o respondan ustedes, ¿Qué son las cataratas de Iguazú, sino una exageración de la naturaleza misma, que ya encaprichada se dedicó a dar formas irreales al mundo en que vivimos?, en fin, después de esta perorata sobre los dimes y diretes un tanto existencialistas, un tanto vagos, de vida, pongamos atención en lo que nos interesa.

Ahora bien, comprobado estará cuando se planteé la siguiente escena que, el ir y el devenir de las palabras además de trabajar para bien, haciéndola de traductor de almas y salvo conducto de pesadumbres, también en ocasiones trabaja para mal, digamos que distrae y seduce como al perro que le pasean un filete por la nariz, las palabras nos hacen voltear la mirada, nos atraen con sus acentos, sus sintaxis y sus dobles sentidos, y estando perdidos, ahora solo queda admitir, no sin un una muy sentida disculpa, que perdimos de vista el objeto de nuestra atención, nuestro objeto de estudio, pues solo tomó un párrafo de anotaciones y fútiles reflexiones para que la mesera haciendo uso de sus habilidades, no las de juicio si no otras de otra índole, menos analíticas y un tanto mas primitivas, más de instintos, haya llevado a algún otro lado a nuestro querido amigo, y solo nos queda observar impotentes como todas las cabezas que habían seguido con la mirada la escapada de la mesera y de Antonio ahora regresan a su posición natural, es decir, frente a sus platos, y que si observamos cuidadosamente las sonrisas cómplices de los comensales y el ceño fruncido de las cocineras nos sugieren, sin duda, que esta no es la primera vez que la mesera se va con un cliente.

Si volteamos a la mesa donde se encontraba Antonio solo veremos el plato vacío y el dinero de la comida, y aun haciendo un gran esfuerzo deductivo, nos quedara la interrogante de cómo se llevó a cabo el cortejo, si bien podemos estar prácticamente seguros que, por la timidez de Antonio, el ritual de cortejo constó prácticamente de un monologo, donde la mesera dando rienda suelta a sus dotes de persuasión logró convencer a Antonio, quien seguro solo se dedicó a asentir con ligeros movimientos de cabeza, a irse del lugar. Siendo como fue, nos será imposible saber los movimientos que la mesera utilizó para complementar su discurso persuasivo, que si talvez continuó sutilmente ese intercambio de miradas y actitudes y demás provocaciones y después de las cuales le debió de haber seguido un abordaje más directo para poder tomarle de la mano y jugar con sus dedos pasando los de ella entre los de Antonio, talvez también, habiéndose quitado la zapatilla, empujaría su empeine en contra de la pantorrilla de Antonio que para ese entonces ya debería de haber estado sudando frío y que al momento en que ella dejara la pantorrilla para subir hasta llegar a su entrepierna, Antonio cerraría el compás de golpe, pero la mesera gentilmente esperaría unos segundos y lo abriría de nuevo con el empeine, entonces solo hubiera bastado la palabra “vamos” para realizar la escapada, o talvez, cansada de la sutileza que las miradas y sonrisas evocan, cambió a una estrategia más agresiva y solo le explico con lujo de detalles y de manera gráfica lo que pasaría al irse del lugar y que Antonio si bien es de carácter pasivo también es obediente del lívido, aceptaría sin decir palabra alguna, solo asintiendo con la cabeza.

Aún habiendo sido este ejercicio imaginativo, un escenario probable de lo que pasó en la realidad, no va mas allá de meras suposiciones de lo que quedará como un misterio para nosotros, y solo queda, además del remordimiento de consciencia por cometer semejante distracción, la certidumbre de que las miradas que habían seguido los pasos de nuestros bienaventurados amigos, regresaban desde un lugar que no era la salida de la fondita y que por otro lado apuntaron hacia algo que parece un estrecho pasillo que la hace de pasadizo hacia los sanitarios, y lo cual nos da una sólida pista para seguirles el rastro, aun que ya podamos hacernos una vaga idea de lo que encontraremos.

Quedando fuera de la idea que nos formamos en la cabeza están esos detalles que por su naturaleza misma, la de ser un pasillo un tanto oculto a la vista del comensal, nos eran desconocidos, por ejemplo: el fétido olor en los sanitarios, llenos de sarro y suciedad, que a pesar de todas las lavadas no se quita, y que es muestra inequívoca de que los sanitarios fueron re usados después de un largo tiempo de abandono, después también encontramos, al fondo, una cortinilla de plástico tras la cual se encuentra una especie de fregadero lleno de esos trastes ocupados para la preparación de los alimentos que se sirvieron ese día y que solo esperan por alguien para que los lave y los ponga en su lugar, después y tras otra cortinilla plástica, se encuentra el lugar que suponíamos íbamos a encontrar y que de hecho si encontramos, y que si bien no es el escenario, todo lo que mereciera un encuentro carnal lleno de deseo, instintos y feromonas, de bajas pasiones y altas sensaciones, bien cumple con los mínimos requerimientos para sostener el encuentro, es decir, un camastro y un espejo estrellado que refleja 8 veces nuestra cara perpleja, sin embargo no hace falta una basta experiencia en esto del placer carnal para notar la falta de las sabanas de satín, almohadas rellenas de pluma, luz de velas -no por romanticismo si no para calmar las voces pudorosas que a pesar del tipo de encuentro que se sostendrá, imperan respeto y demandan un poco de oscuridad- y resulta obvio que descartados están también pétalos de rosas y las esencias florales.

Además de nuestra cara perpleja y llena de sorpresa el espejo en su esquina inferior refleja dos pares de brazos amasando las pasiones, preparándolas como para ponerla bajo fuego y así fundir la piel de dos cuerpos en uno solo, solo separándose para volverse a juntar en un violento ir y venir, el sudor fluye como lubricando la fricción en altas temperaturas, las pupilas dilatadas, jadeos y rasguños. Sin perder detalle observamos con detenimiento y sorpresa el desenlace de la jornada y casi tropezamos con las ropas que están en el suelo sin orden alguno más que el de la prisa.

Los amantes piden privacidad en cada jadeo, y estaríamos dispuestos a concederla sino fuera que una curiosidad nos obliga a permanecer, no se crea que se permanece por alguna mórbida curiosidad no, se esta por que nos resulta conmovedor y nos enternece el como los músculos de Antonio se contraen, como se le eriza la piel, como la sangre se le sube por las mejillas, como se le entrecorta la respiración y como todas esta sensaciones que durante tanto tiempo se le habían negado ahora le llegan todas juntas, lo hacen sentir tan bien, tan vivo que lo marean y casi lo hacen volver el estomago.

La muerte chiquita le dicen, y en cierto modo así fue, casi lo dejan muerto, un disparo fulminante de placer y reacciones químicas dejan a Antonio en un estado; en un principio catatónico para luego pasar al estado inconsciente del sueño profundo, que estaría soñando nuestro amigo, acaso pensaría en la próxima vez, estaría planeando ya comer todos los días en esa fondita, su ahora nuevo idilio en el sentido mas literal de la palabra, se habría imaginado a él saliendo con ella, llevándola al cine, caminando por las calles adoquinadas del centro, llevándole rosas, cantándole serenatas con su acordeón, estaría el totalmente a disposición de ella en reciprocidad a la entrega de la cual la mesera dio muestra, que una semejante entrega no era en vano, ni era casualidad, ella estaba ahí para salvarlo recatarlo de monotonía, pensaba nuestro Alberto, tan nuestro como de ella. Sea de observarse que ternura da tendido sobre el camastro, vulnerable cuando mas valiente fue, ironías de la vida, como estuvo a merced y fue presa del deseo y que ahora a merced y voluntad de la mesera esta.

El movimiento fue rápido, no sutil, pero si hábil, como practicado, movimientos precisos; revisa el pantalón, saca la cartera, saca el dinero, mete la cartera, billetes en el sujetador, se vistió rápido, miro su reloj, desvió la mirada hacía Antonio, le sonrió como burlándose de su ingenuidad y se marcho, se marcho de regreso a su labor de mesera, a servir otro platillo a otro comensal y a ir otra ves por el pasadizo, porque eran las 5 pm apeas y solo faltaban unas horas para que el turno de la noche comenzara.

La mesera sale por el pasadizo, sujetándose el último cabello suelto que quedaba, rehecha y lista para mas clientela, pero la mesera no imagina la escena que se le avecina al día siguiente; una arrebato de celos, enojo y frustración de quien se creía el único al ver como la mesera en esa ocasión seleccionaba a otro y no a él, que si pareciera que apeas había sido ayer -acaso había sido ayer- cuando los dos se entregaron el uno al otro, que si bien no hubo palabras fue por que los cuerpos temblorosos y húmedos habían sido los que hablaron, que si había sido amor a primera vista, que si esa danza de cortejo. No imaginaba además, que después el arrebato vendría el llanto, la vergüenza, las ganas de golpearla y de golpear al fulano ese con el que se iba. La mesera no anticipaba como Antonio sólo correría hacia la entrada solo para detenerse a medio camino, cambiar de dirección, y embestir al fulano este que se atrevía a robarle a su amor, el cual para ese entonces ya estaría empuñando una navaja que por precaución habría decidido sacar desde el momento del arrebato de celos y que cuando viera a Antonio venir no titubearía en poner de por medio.

La mesera no vislumbraba como Antonio gritaría de furia en un principio y como ese grito después daría paso a un ligero pujido al sentir el frío acero dentro de sí, y como después y no sin tratar de sostenerlo, la mesera vería caer a Antonio hasta el piso, escucharía algunos platos y vasos que se caerían en el momento de la caída, vería también como el fulano este habiendo tirado la navaja saldría corriendo, la mesera no se imagina como perdería la voz de tanto gritar por ayuda, no sabe ahora como gritar le sería inútil ya que Antonio, para el momento ya habría exhalado su ultimo aliento.

Una horas después Antonio despierta, al vestirse se da cuenta del dinero faltante, y supone que es algo normal, vamos, indiscutiblemente le tiene confianza a la mesera, quien, necesitando un poco de dinero lo tomó prestado y que si no se lo pidió a Antonio solo fue por no incomodarlo en su bien merecido descanso, Antonio sale de cuartucho y busca con la mirada a la mesera, pero no la encuentra por ningún lado -no importa- piensa para calmarse el mismo -ha de estar ocupada con su trabajo, en fin mañana seguro la veré- y aunque así será no será de la misma forma que hoy. Antonio entonces sin sospecha alguna de la suerte que le espera y que es sin duda una mano que ya se jugó, sale contemplando el atardecer que colorea el cielo de una tonalidad naranja y camina por la calle rumbo a su casa, no le importa nada, ni el trabajo al cual no regresó después de su hora para comer, que si bien le dirían algo por no avisar, no pasaría de eso por ser la primera vez en años en que ausenta de trabajo, y que además, todo le parece indicar que mañana será un gran día.


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