lunes, 29 de junio de 2009

Pueblo quieto



Inspirado y contextualizado en ese pueblo punta de lanza para fundación de mi ciudad: Cerro de San Pedro

Ramón solo recuerda aquellos tiempos de bonanza, aquel resplandor del pueblo por los relatos que le contaba su abuelo, recuerda como había empleo y el pueblo crecía a un ritmo veloz, el como la plaza se llenaba los domingos por las tardes y que era cuando las jovencitas, las hijas de los mineros provenientes de otros pueblos salían a “dar la vuelta”, no lo hacían con mucho entusiasmo, el pueblo estaba en ciernes no había mucho que hacer, apenas y había unos pocos puestitos donde comprar algo para merendar, y aunque había muchos jóvenes casi todos ellos pasaban la mayor parte del tiempo en la mina.

Lo que si había eran cantinas y pulquerías; donde hubiera un montón de hombres de aspecto rudo trabajando mas de 10 horas al día había también algún establecimiento dedicado a abastecer de líquido a tanto trabajador sediento. Y con el montón de hombres ebrios venían los problemas: los pleitos eran comunes y el ver hombres ebrios tirados por la calle era el pan de cada día. No pareciera ser un lugar donde vivir con la familia pero el empleo escaseaba en otros lados y ahí los tiempos parecían buenos para ganar algo de dinero.

Estuvo el pueblo repleto de trabajadores nómadas que iban de pueblo en pueblo buscando mejores condiciones, había algunos que duraban en cada lugar unos 2 o 3 años y enseguida se movían, acostumbrados a la movilidad no se empeñaban en tener lazos con las demás personas, incluso en sus casas había cierto ambiente de austeridad, con solo lo necesario, nada que tuviera algún rastro de nostalgia, todo liviano, fácil de mover, nada lo suficientemente arraigado de donde asirse para echar raíz.

El trabajo en la mina fue prometedor aunque no por mucho tiempo, después de unos cuantos años la veta se agoto o por lo menos quedó inaccesible para los rudimentarios métodos de aquellos días, el pueblo quedo desierto con una rapidez impresionante -en este lugar el agua escaseaba, el clima era muy árido y lo único atractivo que tenía era el trabajo que daba la mina, al acabarse éste se acabaron también las actividades adyacentes-. Solo quedaron los anuncios colgados por arriba de las puertas.

Las calles ahora limpias de borrachos dormidos en las calles, de los ríos de orines que recorrían las callejuelas del pueblo por las noche, limpias también de negocios prometedores, de niños en escuelas y misas de domingo abarrotadas.

Sólo se quedaron los que habían estado ahí desde siempre, la falta de empleo no los asustaba, estaban acostumbrados a vérselas difícil, al acabar la abundancia, rápidamente se adaptaron a la austeridad de los tiempos pasados, a la escuela de 10 niños y un maestro, a las misas vacías, incluso al párroco le volvió la tristeza a su semblante se diría que hasta los santos guardianes del templo perdieron el brillo de aquellos días.

El abuelo de Ramón fue uno de ellos, se quedo estoico ante las circunstancias, viendo como su pueblo antes pobre después próspero y ahora de nuevo desolado, poco a poco cedía a la voluntad del viento y el polvo, de la soledad y el abandono.

Así como su abuelo el padre de ramón fue de raíces mas fuertes que la necesidad y se quedó ahí también en su pueblo quieto, incluso ya de muerto el abuelo cuando no pareciera tener sentido alguno permanecer ahí (si es que alguna vez lo tuvo) él prefirió quedarse ahí en su tierra, que si bien siempre le fue ingrata, era su tierra y ahí creía que debía morir.

Ramón también se quedaría, no por algún sentimiento de arraigo hacia ese lugar, mas bien lo hizo por indiferencia, la misma indiferencia que lo había acompañado durante toda su vida. Su tierra infértil que desde siempre le había dado la espalda, su pueblo que lo abandonó desde hace mucho, su gobierno que desde siempre lo ignoró estando su pueblo a la sombra de la vecina capital.

Sin convicciones mas que la de vivir al día, comer algo y tener para beber mucho, mucho licor; no bebía para olvidar, sus recuerdos se fundían en uno solo; monótono y bicolor como en blanco y negro, como una fotografía de esas antiguas como cubiertas por una fina tela de polvo, de esas que por si mismas evocan aires antiguos y emanan nostalgia.

Ramón trabajaba con su padre de jornalero en el pueblo cercano de “Las puertas” a unos 5 kilómetros de su pueblo, todos los días se levantaba temprano con resaca o sin ella y caminaba todo el trayecto hasta las parcelas de esa tierra fértil, tierra blanda fácil de arar.

El padre de ramón se la pasaba hablando sobre como seria su pueblo si hubiera este tipo de tierra en vez de la tierra dura llena de piedras del pueblo, Ramón hacía oídos sordos porque ya se sabía de memoria la perorata de su padre, pero de vez en vez le contestaba argumentando que de nada serviría esta tierra si no llueve o si no hay como mínimo forma de irrigarla, a lo cual el padre solo hacía una mueca de disgusto y levantaba la vista al cielo como si la cantaleta de todos los días fuera una oracion y pidiera el favor divino.

Así transcurrían los días, del pueblo a las jornadas, de las jornadas a la cantina y de la cantina al pueblo mientras había trabajo en el campo, los demás meses del año cazaban armadillos para venderlos, igual que con las serpientes solo que a estas las mataban para vender su piel y comer su carne, no ganaban mucho estos eran los tiempos flacos.

Un buen día (o malo) de repente el pueblo se vio en ebullición otra vez, pero esta vez no eran comerciantes los que rompían el silencio anunciando sus productos, ni ruido de borrachos peleando en la calle o perros ladrándole a la muchedumbre, tampoco las campanas de la iglesia repicaban de nuevo, ahora lo que alteraba la quietud del pueblo era una multitud de jóvenes de pinta estudiantil marchando hacia la plaza.

Ramón vio las mantas que llevaban estos jóvenes, pero no entendía las consignas llenas de exigencias sobre protecciones y salvaciones para su pueblo; en un principio porque no estaba enterado de las noticias, al enterarse vino su más fuerte duda: ¿Por qué parecía importarles tanto el bienestar de su antiquísimo y olvidado pueblo?, ¿por qué ahora y no antes?, tanto tiempo de olvido y marginación y hasta ahora había alguien dispuesto a ayudarlos, le extrañaba y más siendo que nadie había pedido su ayuda.

Ramón supuso que esto le vendría bien al pueblo, que si bien las consignas en contra de una minera transnacional que al parecer sus intenciones de explotar el mineral supondrían un eminente riesgo hacia el pueblo además de contaminar a través de las filtraciones del agua los mantos subterráneos que alimentan a la capital de agua, al final de cuentas habría cierta atención hacia las carencias del poblado, no es que le importara tanto, no es que limosneara ayuda, solo que no podía ignorarlo; todo pasaba en sus propias narices, era lógico hacerse esas preguntas, incluso llegó a pensar a ofrecer esas pieles de serpiente que vendía en aquellos tiempos flacos.

Se pregunto después: ¿Qué de malo tenía que llegara esa compañía minera? que ahora que se ha enterado que esa compañía invertiría en construir caminos e infraestructura de utilidad para todo el poblado pues no le parecía tan mala idea, que tal vez hasta un empleo le podrían dar, el conocía bien el terreno y sería de utilidad, incluso se aventuro a imaginar que en un caso su madre podría cocinar para los trabajadores que ahí estuvieran.

No pasaba mucho tiempo pensando en esas cosas, mientras tuviera trabajo en las jornadas no le importaba mucho, que si bien si guardaba cierto recelo de estos “manifestantes protectores de la tierra y patrimonios culturales” solo lo veía como una oportunidad en caso de que se vinieran tiempos difíciles.

Serían acaso premonitorios los pensamientos de Ramón que al paso del tiempo dejó de trabajar en las jornadas, bueno no solo el, sino todos sus compañeros incluido su padre, la cosa se puso mal, querían linchar al capataz, pobre aunque no paso a mayores si le dejaron uno que otro moretón en eso del forcejeo. Poco después se entero por rumores en el pueblo de Las puertas que su patrón vendió las tierras a la multinacional, que ahí construirían algo como un almacén para maquinarias y demás cosas que utilizaran.

Y así se vinieron los tiempos difíciles, Ramón tranquilizaba a su padre en sus momentos de desesperación -mira ya como construyeron el puente, verás como nos dan chamba o en todo caso hasta un negocito ponemos, con tanto trabajador: clientela segura verás- el señor se tranquilizaba un poco, y aun con cierta desesperanza decía:

-Pus nada más que los dejen trabajar todos esos manifestantes-,

-vas a ver que pronto se van ese hijos de su puta madre, que mejor deberían de ponerse a trabajar cabrones huevones.

En Ramón ya no había recelo hacia los manifestantes ya había un profundo resentimiento, y más después de aquel día en que sin mas por hacer y ya casi sin dinero que Ramón fue ofreciendo sus pieles de serpientes a los manifestantes.

Pinche inconsciente fue lo menos soez que le gritaron entre todo ese mar de insultos, se escuchó algún patán, muchos chingas a tu madre, varios pendejos.

Pinches fresitas putos -dijo Ramón a su padre al contar lo sucedido- que ya los quería ver a los cabrones viviendo aquí todos los días a ver si muy chingones, que se fueran a la chingada a sus casas elegantes que aquí nadie los había llamado.

El dinero nunca fue mucho y la espera se había alargado, si bien los manifestantes no se habían ido, la minera tampoco les había contestado sus solicitudes de trabajo, que vamos hasta siendo empleados de limpieza se daban por satisfechos, ya estaban pensando que no los contratarían si bien la esperanza muere al último, los ruidos de maquinas en las noches les confirmaban que estaban trabajando la mina aún con las protestas todavía en marcha.

Sus sospechas fueron confirmadas al poco tiempo, por un lado al enterarse que aquellas tierras donde antes trabajaban no fueron destinadas solo a un almacén sino también en condominios para albergar a lo trabajadores de la mina, además que se dieron cuenta que ese puente no les era de mínima utilidad, ellos no tenía carro, de ¿que les servía un bonito puente de concreto?, simplemente no fue hecho para ellos.

El dinero se casi se acababa, solo quedaba el suficiente para hacer lo que todos ya habían hecho y que ellos en su necedad no lo hicieron, siguieron así el camino que los demás ya habían tomado, se fueron por la sendera que conduce al norte, había que ir ligero, se dejaron mesas y muebles que parecieron haber sido clavados al suelo para quedarse ahí por siempre.

Al irse del pueblo pasaron por donde los manifestantes quienes aventaban huevos a una camioneta con la calca de la minera sólo algunos vieron la retirada. El padre de Ramón pasó de largo, cabizbajo arrastrando el paso como queriendo llamar la atención, como culpándolos, recerca lo seguía su mujer. Ramón siguió varios metros detrás de sus viejos, callado avanzando lento y dirigiendo miradas de fuego y dibujando con la boca un chinguen a su madre a los manifestantes indiferentes a la huída de Ramón.

Y así se fueron lentamente caminando, volteando de vez en vez como esperando que aquel pueblo suyo, al ver partir a sus hijos, les convenciera de quedarse a cambio de resarcir todo los inconvenientes, de disculparse por toda la indiferencia mostrada a aquellos que lo quisieron tanto. Pero aquel laberinto de calles empedradas y edificios de piedra permanecería inmóvil quieto, estoico ante la partida de su gente, de su alma diría yo, que es un pueblo sin gente sino un pueblo sin alma, por que al final del día cuando los demás regresen a sus casas elegantes el viento junto con la tierra se encargaran de llevarse los vestigios de ese desalmado pueblo.

sábado, 27 de junio de 2009

Y bailó


Hace muchos años cuando era niño, no recuerdo muy bien donde ni como, pero recuerdo que estaba yo escuchando una canción de los beatles -bueno en realidad no sabía que era de los beatles eso lo supe después- en fin la mentada canción me gusto de una manera no conocida para mi en ese entonces, en algún estribillo de la canción recuerdo que la piel se me puso chinita, que sentí una conexión inmediata -claro en ese entonces no tenía consciencia de eso hasta ahora- fue como si algo de ellos me perteneciera.

Y creo que algo en ellos me pertenece y no solo a mi ni solo a la generación de ellos, son tan universales que hay algo de ellos en todos nosotros, tal vez fue por eso que en el momento que oí decir algo a mi padre sobre su separación y sobre su imposible reunión por el asesinato de John Lennon que sentí algo que no había sentido nunca: zozobra y nostalgia. Creo que esto me hizo ser la persona que soy, la nostalgia y la zozobra son sentimientos que me acompañan constantemente.

No había sentido algo parecido hasta el jueves pasado, día en el que murió el célebre Michael Jackson, en un principio fue desconcertante este sentimiento, no creía sentir alguna empatía particular hacia el ni como vivo ni como muerto, si bien algunas canciones me gustaban, no era tanto como para que me afectara.

Fue hasta después que comprendí el por qué, me afecta en parte porque pertenezco a una generación carente de íconos tan fuertes como Michael Jackson, que los hemos tomado prestados de otras generaciones y además que en mi y en todos así como pasa con los beatles había algo de él. Otra vez esa universalidad, no concibo la música actual sin la influencia musical,del baile, mediática y de escandalo de este personaje que no tuvo infancia, enfermo en cuerpo y mente, que vivió la vida tormentosa de un genio y que tuvo como única salida de la realidad vivir de una manera enfermiza la infancia que nunca tuvo.

Que viva el rey...... del pop

Y descanse en paz si es que puede...

Ya bailó!!

lunes, 15 de junio de 2009

Carta a mi amigo el Charro


Siempre me has dicho que odias los estereotipos, que solo sirven para crear prejuicios, que los estereotipos predisponen a las personas a aceptar o rechazar, a hacer o no hacer. Lo que no me has dicho es que tu vives en uno, lógico, es decir, comprendo que no quieras caer en una contradicción, y se que no lo elegiste, que no es una moda pasajera, se que desde siempre solo has conocido esa forma de ser. Creciste así, con las tradiciones bien arraigadas, con lo charro en la sangre.

También te he visto en la escuela, de jeans y tenis, con tus libros bajo el brazo, cambiando tu sombrero por tu gorra, y haciendo lazos con las cintas de tus zapatos en vez de con la riata, te he visto burlar defensas y meter goles, así como lazar novillos y calar caballos. En fin hasta alguna vez te oí gritar We will rock you y a la hora siguiente gritaste Por tu maldito amor.

Pero nunca te había visto como aquel día, bueno, si ataviado en tu traje negro charro con adornillos metálicos, pero nunca tan erguido, con la mirada tan solemne bajo la sombra de ese amplio sombrero, mirando aun lado y al otro denotando cierto aire superior, como supervisando el evento montado en tu bello caballo grisáceo.

Tampoco te había visto tan apresurado por beber, supongo que el calor de ese sábado por la tarde hacía necesaria la rehidratación, cerveza tras cerveza te fuiste trasformando, trago tras trago la solemnidad se fue difuminando con el espectro de la embriaguez como el rojizo del atardecer que se opaca hasta tornarse en un azul obscuro.

Y con la obscuridad y los tragos vino la euforia, más aún cuando hiciste el “cambio de yegua” y cambiaste la cerveza por el tequila. También la neutralidad de tu acento cedió su lugar a un tono mas campirano, mas de pueblo.

Recuerdo como jaloneabas a tu amiga llevándola a toda prisa a la pista, bailando eufóricamente, exagerando los pasos, casi brincabas según recuerdo, también casi te caíste después de dar vueltas y vueltas, de no ser por tu amiga te hubieras ido de bruces.

Estabas instalado en tu papel, te vi muy a la Pedro Infante con tus otro dos amigos charros también, tus compadres, tus hermanos García los tres. Y aquella señora ¿recuerdas? Aquella regañona muy a la Sara García pegándote en la espalda mientras dabas otro trago al tequila. Y empezaste a cantar elevando tu sombrero con una mano y extendiendo la otra como invitando a tus otros dos compadres-hermanos. Y cantaron.

Después vino el bajón, vinieron las lagrimas, los te quiero y las promesas de unidad eterna, lealtad eterna, fiesta eterna. Ibas ya de bajada en la pendiente de la embriaguez, te tambaleaste y caminaste como caballo adiestrado, si como los de Antonio Aguilar, pero tú no eres caballo y no parecía elegante tu andar.

Cuando te diste cuenta ya era muy tarde, vi tu cara de confusión, con un ojo más pequeño y con una mueca en el rostro, ya no respirabas, más bien resoplabas, escupiendo de vez en vez, sentado ahí oscilando como péndulo hasta que la gravedad te venció y caíste de espaldas y también te venció el sueño y dormiste ahí medio sentado medio acostado, al aire libre dulce e intoxicado.

Me pregunto que habrás soñado si lo hiciste con el campo, los caballos, los charros y las adelitas, o con futbol, videojuegos y modernos celulares. Por las venas te corre sangre vieja con olor a tierra recién llovida, combustible de un corazón joven acelerado por los tiempos de hoy.

sábado, 13 de junio de 2009

Robot Orgánico (1)

Antonio se encarga de atender el cubículo tres de aquella dependencia gubernamental encargad de asuntos migratorios y el cual está destinado para la recepción y entrega de documentos, cada vez que alguien llega a realizar un tramite el recibe los papeles que varían en función del tramite por realizar, después de verificar que estos sean los suficientes y los indicados los sella de recibido en tinta azul y a su vez a la entrega los sella de despachado en la copia del documento en tinta verde.

Sobre el escritorio de su cubículo todo estaba dispuesto para realizar estas tareas, los dos cojinetes de tinta están hasta el borde y a la derecha, un poco más abajo una esponja mojada en agua; útil para humedecer los dedos índice y pulgar para contrarrestar la resequedad que provoca el continuo manejo del papel. Debajo del escritorio a su vez se encuentran dos cajones, el primero del lado izquierdo donde un empleado con mayor jerarquía coloca todos los días aquellos trámites que ya han sido aprobados, usualmente este cajón se encuentra aún por las mañanas vacío -el complicado y absurdo aparato burocrático dificulta la rápida y expedita autorización de los trámites- del lado derecho se encuentra el cajón en donde son puestos todos los trámites por autorizar y este por el contrario siempre se encuentra lleno.

Con estos implementos Antonio lleva a cabo su labor única desde el comienzo de su jornada hasta el final, los cinco días de la semana que se ve obligado a asistir al trabajo, una labor tan rutinaria capaz de volver loco a cualquiera. Podríamos suponer entonces una grandiosa fortaleza mental en Antonio, sin embargo la fortaleza de Antonio no se encuentra en un fuerte compromiso hacia el trabajo o una voluntad inquebrantable, mas bien su distraído pensar lo abstrae hasta cierto punto de la rutina y la hace soportable, Esto no siempre juega a su favor, de hecho su mente dispersa fue la razón por la que se le designó a la casilla 3.

Antonio ha laborado en esa oficina desde hace más de 20 años, cuando recién llegó ascendió rápido y escalo rápidamente por la cadena jerárquica, incluso llego a ocupar una de las oficina de hasta atrás, la del centro para ser preciso, hasta que un día a causa de su común distracción autorizó un pasaporte a un centroamericano que se había hecho de un acta apócrifa con el fin de facilitar su ilegal estancia en el país y su futuro paso por la frontera norte.

El asunto no llegó a más, con el arropo del sindicato Antonio conservó su empleo sin mas que haber recibido una buen regaño con gritos, insultos y golpes al escritorio incluidos, pero como no hay crimen sin castigo Antonio fue relegado a la casilla número 3, condenado a esa prisión sin barrotes, sin muros altos, sin cadenas, sin grilletes sin mas que el continuo y lento sometimiento de la rutina.

En un principio, cuando Antonio comenzó a trabajar en la secretaría llego con una actitud totalmente positiva, el siempre fue de carácter afable, amigable, de buen trato, por de más una persona feliz y dicharachera, incluso esta actitud fue en aumento conforme ascendía en el escalafón de la burocracia, todo hasta aquel día en el que fue relegado a su ahora cárcel.

La monotonía con la constancia de la gota que erosiona la tierra poco a poco fue quebrantando su entusiasmo, cada día era un recordatorio de cómo sus metas y ambiciones no cabían en lo posible mientras estuviese en el cubículo 3 y así también su entusiasmo y su voluntad desaparecieron bajo el sometimiento de la constante rutina.


Para su colmo, la casa de Antonio no es muy diferente a la oficina de la SRE, esta se ubica en las afueras de la ciudad, donde las rentas son mas baratas, es un cuarto rectangular con dos habitaciones al fondo cada una con una puerta y cada puerta equidistante una de la otra, una el baño, la otra el dormitorio, en la habitación principal solo se encuentra una mesa de plástico blanca de esas que las agencias refresqueras utilizan para sus eventos de promoción, hay además dos sillas igual de plástico que le hacen juego a la mesa, antes de la mesa pegado a la pared se encuentra un sillón de esos que pretenden ser señoriales, pero se hacen muy evidentes sus materiales sintéticos que nadie se vería engañado por su pretenciosa apariencia.

Frente del sillón esta una televisión vieja, pequeña y de muy mala recepción (lo que no importa ya que solo la prende para ver el futbol y siempre que lo ve se queda dormido; como arrullado por los comentaristas) y esta a su vez se encuentra sobre un librero repleto de ediciones viejas y algunos discos además de viejas libretas de aquellos tiempos de estudiante en la escuela de biología. De ese mismo lado izquierdo de la habitación y posterior al televisor se encuentra una pequeña estufa eléctrica con apenas dos calentadores sobre una pequeña alacena donde solo se puede encontrar café –pero eso si en variedad de envase: los cerrados, los vacíos, los medio vacíos, los medio llenos porque fueron abiertos a pesar que ya hubiera alguno más abierto- no había azúcar no le gusta. Cabe mencionar que Antonio no dispone de refrigerador; no lo necesita, por la mañana solo desayuna un café, de cena también y el solo pensamiento de acompañar su café con leche le provoca nauseas, también odia las frutas y al medio día come cerca de la oficina en alguna hora que se toma libre.

A diferencia de su oficina, en su casa el único orden que reina es el del caos, talvez en un intento de descansar de la ordenada y metódica rutina de su vida, o quizá solo sea un poco holgazán, su ropa tirada por doquier hace difícil saber cual esta sucia y cual limpia, los libros –no las ediciones viejas sino los nuevos, los que compra cada semana- se encuentran en todas partes, en su cuarto, el baño, el sillón y todos sin separador que nos permita saber que parte de esa novela de aventuras está leyendo, y esto es por que cada que vez, lee una diferente, mezclando cada historia con las otras formando así una sola historia , carente de cohesión y sentido.

La excepción tiene lugar los fines de semana que se toma el tiempo de salir al atrio de la iglesia –no es católico en lo absoluto pero es el lugar mas cercano con bancas donde sentarse, leer y tomar el aire, es el lugar donde aprovecha también para ver llegar a los asistentes a misa de la tarde y en concreto a aquellas jovencitas devotas que van a que con rezos y golpes de pecho Dios misericorde les regrese por mandato divino su sexo ya entregado –La cuestión es: ¿Acaso Dios tiene tiempo de atender a esas señoritas de doble moral?-.

Pero Antonio no discrimina y más aún es comprensivo de esa doble moral provocada por la lucha interna entre la fe y la tentación del placer; un continuo estira y afloja, así que podemos concluir que el se dedica a observar a las de botas, de zapatillas, con medias, sin medias, con falda o con pantalones; es decir a cualquiera con un par de buenas piernas (ah ¡resulta que Antonio si discrimina: a aquellas con feas piernas).

Además de estas ocasiones cuando sale al atrio, Antonio se queda en casa leyendo, o practicando sus habilidades musicales con un acordeón que recién compró, con el fin agregar una chispa de espontaneidad, en realidad tratando de demostrarse así mismo que es un hombre capaz de hacer cosas inesperadas, “el impredecible Antonio” se pensaba.

Pero el acordeón resulto ser un instrumento más difícil de lo esperado y después de una hora de empezar a practicar, se arrepintió de haberlo comprado, llego a pensar en devolverlo, pero no lo hizo, se auto convenció de que el acordeón resultaba ser un buen adorno para su casa en el caso de que invitara a alguien a tomar una tasa de café (¿Y qué más?), cosa que a lo largo de los últimos dos años no había ocurrido.

En los últimos fines de semana incluso aquellos largos con algún día libre de más Antonio casi no ha salido, se ha visto algo enfermo, débil; nada grave, ha seguido asistiendo puntual y maquinalmente al trabajo, pero se ha sentido lo suficientemente mal como para no salir a leer. La continua rutina talvez después de tanto tiempo por fin hizo mella en su cuerpo, los primeros síntomas fisiológicos de esa rutina que le ha carcomido la mente y el alma por tanto tiempo. Esa rutina ahora satisfecha de psique y voluntad prosigue con el dulce postre del cuerpo.