sábado, 13 de junio de 2009

Robot Orgánico (1)

Antonio se encarga de atender el cubículo tres de aquella dependencia gubernamental encargad de asuntos migratorios y el cual está destinado para la recepción y entrega de documentos, cada vez que alguien llega a realizar un tramite el recibe los papeles que varían en función del tramite por realizar, después de verificar que estos sean los suficientes y los indicados los sella de recibido en tinta azul y a su vez a la entrega los sella de despachado en la copia del documento en tinta verde.

Sobre el escritorio de su cubículo todo estaba dispuesto para realizar estas tareas, los dos cojinetes de tinta están hasta el borde y a la derecha, un poco más abajo una esponja mojada en agua; útil para humedecer los dedos índice y pulgar para contrarrestar la resequedad que provoca el continuo manejo del papel. Debajo del escritorio a su vez se encuentran dos cajones, el primero del lado izquierdo donde un empleado con mayor jerarquía coloca todos los días aquellos trámites que ya han sido aprobados, usualmente este cajón se encuentra aún por las mañanas vacío -el complicado y absurdo aparato burocrático dificulta la rápida y expedita autorización de los trámites- del lado derecho se encuentra el cajón en donde son puestos todos los trámites por autorizar y este por el contrario siempre se encuentra lleno.

Con estos implementos Antonio lleva a cabo su labor única desde el comienzo de su jornada hasta el final, los cinco días de la semana que se ve obligado a asistir al trabajo, una labor tan rutinaria capaz de volver loco a cualquiera. Podríamos suponer entonces una grandiosa fortaleza mental en Antonio, sin embargo la fortaleza de Antonio no se encuentra en un fuerte compromiso hacia el trabajo o una voluntad inquebrantable, mas bien su distraído pensar lo abstrae hasta cierto punto de la rutina y la hace soportable, Esto no siempre juega a su favor, de hecho su mente dispersa fue la razón por la que se le designó a la casilla 3.

Antonio ha laborado en esa oficina desde hace más de 20 años, cuando recién llegó ascendió rápido y escalo rápidamente por la cadena jerárquica, incluso llego a ocupar una de las oficina de hasta atrás, la del centro para ser preciso, hasta que un día a causa de su común distracción autorizó un pasaporte a un centroamericano que se había hecho de un acta apócrifa con el fin de facilitar su ilegal estancia en el país y su futuro paso por la frontera norte.

El asunto no llegó a más, con el arropo del sindicato Antonio conservó su empleo sin mas que haber recibido una buen regaño con gritos, insultos y golpes al escritorio incluidos, pero como no hay crimen sin castigo Antonio fue relegado a la casilla número 3, condenado a esa prisión sin barrotes, sin muros altos, sin cadenas, sin grilletes sin mas que el continuo y lento sometimiento de la rutina.

En un principio, cuando Antonio comenzó a trabajar en la secretaría llego con una actitud totalmente positiva, el siempre fue de carácter afable, amigable, de buen trato, por de más una persona feliz y dicharachera, incluso esta actitud fue en aumento conforme ascendía en el escalafón de la burocracia, todo hasta aquel día en el que fue relegado a su ahora cárcel.

La monotonía con la constancia de la gota que erosiona la tierra poco a poco fue quebrantando su entusiasmo, cada día era un recordatorio de cómo sus metas y ambiciones no cabían en lo posible mientras estuviese en el cubículo 3 y así también su entusiasmo y su voluntad desaparecieron bajo el sometimiento de la constante rutina.


Para su colmo, la casa de Antonio no es muy diferente a la oficina de la SRE, esta se ubica en las afueras de la ciudad, donde las rentas son mas baratas, es un cuarto rectangular con dos habitaciones al fondo cada una con una puerta y cada puerta equidistante una de la otra, una el baño, la otra el dormitorio, en la habitación principal solo se encuentra una mesa de plástico blanca de esas que las agencias refresqueras utilizan para sus eventos de promoción, hay además dos sillas igual de plástico que le hacen juego a la mesa, antes de la mesa pegado a la pared se encuentra un sillón de esos que pretenden ser señoriales, pero se hacen muy evidentes sus materiales sintéticos que nadie se vería engañado por su pretenciosa apariencia.

Frente del sillón esta una televisión vieja, pequeña y de muy mala recepción (lo que no importa ya que solo la prende para ver el futbol y siempre que lo ve se queda dormido; como arrullado por los comentaristas) y esta a su vez se encuentra sobre un librero repleto de ediciones viejas y algunos discos además de viejas libretas de aquellos tiempos de estudiante en la escuela de biología. De ese mismo lado izquierdo de la habitación y posterior al televisor se encuentra una pequeña estufa eléctrica con apenas dos calentadores sobre una pequeña alacena donde solo se puede encontrar café –pero eso si en variedad de envase: los cerrados, los vacíos, los medio vacíos, los medio llenos porque fueron abiertos a pesar que ya hubiera alguno más abierto- no había azúcar no le gusta. Cabe mencionar que Antonio no dispone de refrigerador; no lo necesita, por la mañana solo desayuna un café, de cena también y el solo pensamiento de acompañar su café con leche le provoca nauseas, también odia las frutas y al medio día come cerca de la oficina en alguna hora que se toma libre.

A diferencia de su oficina, en su casa el único orden que reina es el del caos, talvez en un intento de descansar de la ordenada y metódica rutina de su vida, o quizá solo sea un poco holgazán, su ropa tirada por doquier hace difícil saber cual esta sucia y cual limpia, los libros –no las ediciones viejas sino los nuevos, los que compra cada semana- se encuentran en todas partes, en su cuarto, el baño, el sillón y todos sin separador que nos permita saber que parte de esa novela de aventuras está leyendo, y esto es por que cada que vez, lee una diferente, mezclando cada historia con las otras formando así una sola historia , carente de cohesión y sentido.

La excepción tiene lugar los fines de semana que se toma el tiempo de salir al atrio de la iglesia –no es católico en lo absoluto pero es el lugar mas cercano con bancas donde sentarse, leer y tomar el aire, es el lugar donde aprovecha también para ver llegar a los asistentes a misa de la tarde y en concreto a aquellas jovencitas devotas que van a que con rezos y golpes de pecho Dios misericorde les regrese por mandato divino su sexo ya entregado –La cuestión es: ¿Acaso Dios tiene tiempo de atender a esas señoritas de doble moral?-.

Pero Antonio no discrimina y más aún es comprensivo de esa doble moral provocada por la lucha interna entre la fe y la tentación del placer; un continuo estira y afloja, así que podemos concluir que el se dedica a observar a las de botas, de zapatillas, con medias, sin medias, con falda o con pantalones; es decir a cualquiera con un par de buenas piernas (ah ¡resulta que Antonio si discrimina: a aquellas con feas piernas).

Además de estas ocasiones cuando sale al atrio, Antonio se queda en casa leyendo, o practicando sus habilidades musicales con un acordeón que recién compró, con el fin agregar una chispa de espontaneidad, en realidad tratando de demostrarse así mismo que es un hombre capaz de hacer cosas inesperadas, “el impredecible Antonio” se pensaba.

Pero el acordeón resulto ser un instrumento más difícil de lo esperado y después de una hora de empezar a practicar, se arrepintió de haberlo comprado, llego a pensar en devolverlo, pero no lo hizo, se auto convenció de que el acordeón resultaba ser un buen adorno para su casa en el caso de que invitara a alguien a tomar una tasa de café (¿Y qué más?), cosa que a lo largo de los últimos dos años no había ocurrido.

En los últimos fines de semana incluso aquellos largos con algún día libre de más Antonio casi no ha salido, se ha visto algo enfermo, débil; nada grave, ha seguido asistiendo puntual y maquinalmente al trabajo, pero se ha sentido lo suficientemente mal como para no salir a leer. La continua rutina talvez después de tanto tiempo por fin hizo mella en su cuerpo, los primeros síntomas fisiológicos de esa rutina que le ha carcomido la mente y el alma por tanto tiempo. Esa rutina ahora satisfecha de psique y voluntad prosigue con el dulce postre del cuerpo.

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