
Siempre me has dicho que odias los estereotipos, que solo sirven para crear prejuicios, que los estereotipos predisponen a las personas a aceptar o rechazar, a hacer o no hacer. Lo que no me has dicho es que tu vives en uno, lógico, es decir, comprendo que no quieras caer en una contradicción, y se que no lo elegiste, que no es una moda pasajera, se que desde siempre solo has conocido esa forma de ser. Creciste así, con las tradiciones bien arraigadas, con lo charro en la sangre.
También te he visto en la escuela, de jeans y tenis, con tus libros bajo el brazo, cambiando tu sombrero por tu gorra, y haciendo lazos con las cintas de tus zapatos en vez de con la riata, te he visto burlar defensas y meter goles, así como lazar novillos y calar caballos. En fin hasta alguna vez te oí gritar We will rock you y a la hora siguiente gritaste Por tu maldito amor.
Pero nunca te había visto como aquel día, bueno, si ataviado en tu traje negro charro con adornillos metálicos, pero nunca tan erguido, con la mirada tan solemne bajo la sombra de ese amplio sombrero, mirando aun lado y al otro denotando cierto aire superior, como supervisando el evento montado en tu bello caballo grisáceo.
Tampoco te había visto tan apresurado por beber, supongo que el calor de ese sábado por la tarde hacía necesaria la rehidratación, cerveza tras cerveza te fuiste trasformando, trago tras trago la solemnidad se fue difuminando con el espectro de la embriaguez como el rojizo del atardecer que se opaca hasta tornarse en un azul obscuro.
Y con la obscuridad y los tragos vino la euforia, más aún cuando hiciste el “cambio de yegua” y cambiaste la cerveza por el tequila. También la neutralidad de tu acento cedió su lugar a un tono mas campirano, mas de pueblo.
Recuerdo como jaloneabas a tu amiga llevándola a toda prisa a la pista, bailando eufóricamente, exagerando los pasos, casi brincabas según recuerdo, también casi te caíste después de dar vueltas y vueltas, de no ser por tu amiga te hubieras ido de bruces.
Estabas instalado en tu papel, te vi muy a la Pedro Infante con tus otro dos amigos charros también, tus compadres, tus hermanos García los tres. Y aquella señora ¿recuerdas? Aquella regañona muy a la Sara García pegándote en la espalda mientras dabas otro trago al tequila. Y empezaste a cantar elevando tu sombrero con una mano y extendiendo la otra como invitando a tus otros dos compadres-hermanos. Y cantaron.
Después vino el bajón, vinieron las lagrimas, los te quiero y las promesas de unidad eterna, lealtad eterna, fiesta eterna. Ibas ya de bajada en la pendiente de la embriaguez, te tambaleaste y caminaste como caballo adiestrado, si como los de Antonio Aguilar, pero tú no eres caballo y no parecía elegante tu andar.
Cuando te diste cuenta ya era muy tarde, vi tu cara de confusión, con un ojo más pequeño y con una mueca en el rostro, ya no respirabas, más bien resoplabas, escupiendo de vez en vez, sentado ahí oscilando como péndulo hasta que la gravedad te venció y caíste de espaldas y también te venció el sueño y dormiste ahí medio sentado medio acostado, al aire libre dulce e intoxicado.
Me pregunto que habrás soñado si lo hiciste con el campo, los caballos, los charros y las adelitas, o con futbol, videojuegos y modernos celulares. Por las venas te corre sangre vieja con olor a tierra recién llovida, combustible de un corazón joven acelerado por los tiempos de hoy.
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