
Inspirado y contextualizado en ese pueblo punta de lanza para fundación de mi ciudad: Cerro de San Pedro
Ramón solo recuerda aquellos tiempos de bonanza, aquel resplandor del pueblo por los relatos que le contaba su abuelo, recuerda como había empleo y el pueblo crecía a un ritmo veloz, el como la plaza se llenaba los domingos por las tardes y que era cuando las jovencitas, las hijas de los mineros provenientes de otros pueblos salían a “dar la vuelta”, no lo hacían con mucho entusiasmo, el pueblo estaba en ciernes no había mucho que hacer, apenas y había unos pocos puestitos donde comprar algo para merendar, y aunque había muchos jóvenes casi todos ellos pasaban la mayor parte del tiempo en la mina.
Lo que si había eran cantinas y pulquerías; donde hubiera un montón de hombres de aspecto rudo trabajando mas de 10 horas al día había también algún establecimiento dedicado a abastecer de líquido a tanto trabajador sediento. Y con el montón de hombres ebrios venían los problemas: los pleitos eran comunes y el ver hombres ebrios tirados por la calle era el pan de cada día. No pareciera ser un lugar donde vivir con la familia pero el empleo escaseaba en otros lados y ahí los tiempos parecían buenos para ganar algo de dinero.
Estuvo el pueblo repleto de trabajadores nómadas que iban de pueblo en pueblo buscando mejores condiciones, había algunos que duraban en cada lugar unos 2 o 3 años y enseguida se movían, acostumbrados a la movilidad no se empeñaban en tener lazos con las demás personas, incluso en sus casas había cierto ambiente de austeridad, con solo lo necesario, nada que tuviera algún rastro de nostalgia, todo liviano, fácil de mover, nada lo suficientemente arraigado de donde asirse para echar raíz.
El trabajo en la mina fue prometedor aunque no por mucho tiempo, después de unos cuantos años la veta se agoto o por lo menos quedó inaccesible para los rudimentarios métodos de aquellos días, el pueblo quedo desierto con una rapidez impresionante -en este lugar el agua escaseaba, el clima era muy árido y lo único atractivo que tenía era el trabajo que daba la mina, al acabarse éste se acabaron también las actividades adyacentes-. Solo quedaron los anuncios colgados por arriba de las puertas.
Las calles ahora limpias de borrachos dormidos en las calles, de los ríos de orines que recorrían las callejuelas del pueblo por las noche, limpias también de negocios prometedores, de niños en escuelas y misas de domingo abarrotadas.
Sólo se quedaron los que habían estado ahí desde siempre, la falta de empleo no los asustaba, estaban acostumbrados a vérselas difícil, al acabar la abundancia, rápidamente se adaptaron a la austeridad de los tiempos pasados, a la escuela de 10 niños y un maestro, a las misas vacías, incluso al párroco le volvió la tristeza a su semblante se diría que hasta los santos guardianes del templo perdieron el brillo de aquellos días.
El abuelo de Ramón fue uno de ellos, se quedo estoico ante las circunstancias, viendo como su pueblo antes pobre después próspero y ahora de nuevo desolado, poco a poco cedía a la voluntad del viento y el polvo, de la soledad y el abandono.
Así como su abuelo el padre de ramón fue de raíces mas fuertes que la necesidad y se quedó ahí también en su pueblo quieto, incluso ya de muerto el abuelo cuando no pareciera tener sentido alguno permanecer ahí (si es que alguna vez lo tuvo) él prefirió quedarse ahí en su tierra, que si bien siempre le fue ingrata, era su tierra y ahí creía que debía morir.
Ramón también se quedaría, no por algún sentimiento de arraigo hacia ese lugar, mas bien lo hizo por indiferencia, la misma indiferencia que lo había acompañado durante toda su vida. Su tierra infértil que desde siempre le había dado la espalda, su pueblo que lo abandonó desde hace mucho, su gobierno que desde siempre lo ignoró estando su pueblo a la sombra de la vecina capital.
Sin convicciones mas que la de vivir al día, comer algo y tener para beber mucho, mucho licor; no bebía para olvidar, sus recuerdos se fundían en uno solo; monótono y bicolor como en blanco y negro, como una fotografía de esas antiguas como cubiertas por una fina tela de polvo, de esas que por si mismas evocan aires antiguos y emanan nostalgia.
Ramón trabajaba con su padre de jornalero en el pueblo cercano de “Las puertas” a unos 5 kilómetros de su pueblo, todos los días se levantaba temprano con resaca o sin ella y caminaba todo el trayecto hasta las parcelas de esa tierra fértil, tierra blanda fácil de arar.
El padre de ramón se la pasaba hablando sobre como seria su pueblo si hubiera este tipo de tierra en vez de la tierra dura llena de piedras del pueblo, Ramón hacía oídos sordos porque ya se sabía de memoria la perorata de su padre, pero de vez en vez le contestaba argumentando que de nada serviría esta tierra si no llueve o si no hay como mínimo forma de irrigarla, a lo cual el padre solo hacía una mueca de disgusto y levantaba la vista al cielo como si la cantaleta de todos los días fuera una oracion y pidiera el favor divino.
Así transcurrían los días, del pueblo a las jornadas, de las jornadas a la cantina y de la cantina al pueblo mientras había trabajo en el campo, los demás meses del año cazaban armadillos para venderlos, igual que con las serpientes solo que a estas las mataban para vender su piel y comer su carne, no ganaban mucho estos eran los tiempos flacos.
Un buen día (o malo) de repente el pueblo se vio en ebullición otra vez, pero esta vez no eran comerciantes los que rompían el silencio anunciando sus productos, ni ruido de borrachos peleando en la calle o perros ladrándole a la muchedumbre, tampoco las campanas de la iglesia repicaban de nuevo, ahora lo que alteraba la quietud del pueblo era una multitud de jóvenes de pinta estudiantil marchando hacia la plaza.
Ramón vio las mantas que llevaban estos jóvenes, pero no entendía las consignas llenas de exigencias sobre protecciones y salvaciones para su pueblo; en un principio porque no estaba enterado de las noticias, al enterarse vino su más fuerte duda: ¿Por qué parecía importarles tanto el bienestar de su antiquísimo y olvidado pueblo?, ¿por qué ahora y no antes?, tanto tiempo de olvido y marginación y hasta ahora había alguien dispuesto a ayudarlos, le extrañaba y más siendo que nadie había pedido su ayuda.
Ramón supuso que esto le vendría bien al pueblo, que si bien las consignas en contra de una minera transnacional que al parecer sus intenciones de explotar el mineral supondrían un eminente riesgo hacia el pueblo además de contaminar a través de las filtraciones del agua los mantos subterráneos que alimentan a la capital de agua, al final de cuentas habría cierta atención hacia las carencias del poblado, no es que le importara tanto, no es que limosneara ayuda, solo que no podía ignorarlo; todo pasaba en sus propias narices, era lógico hacerse esas preguntas, incluso llegó a pensar a ofrecer esas pieles de serpiente que vendía en aquellos tiempos flacos.
Se pregunto después: ¿Qué de malo tenía que llegara esa compañía minera? que ahora que se ha enterado que esa compañía invertiría en construir caminos e infraestructura de utilidad para todo el poblado pues no le parecía tan mala idea, que tal vez hasta un empleo le podrían dar, el conocía bien el terreno y sería de utilidad, incluso se aventuro a imaginar que en un caso su madre podría cocinar para los trabajadores que ahí estuvieran.
No pasaba mucho tiempo pensando en esas cosas, mientras tuviera trabajo en las jornadas no le importaba mucho, que si bien si guardaba cierto recelo de estos “manifestantes protectores de la tierra y patrimonios culturales” solo lo veía como una oportunidad en caso de que se vinieran tiempos difíciles.
Serían acaso premonitorios los pensamientos de Ramón que al paso del tiempo dejó de trabajar en las jornadas, bueno no solo el, sino todos sus compañeros incluido su padre, la cosa se puso mal, querían linchar al capataz, pobre aunque no paso a mayores si le dejaron uno que otro moretón en eso del forcejeo. Poco después se entero por rumores en el pueblo de Las puertas que su patrón vendió las tierras a la multinacional, que ahí construirían algo como un almacén para maquinarias y demás cosas que utilizaran.
Y así se vinieron los tiempos difíciles, Ramón tranquilizaba a su padre en sus momentos de desesperación -mira ya como construyeron el puente, verás como nos dan chamba o en todo caso hasta un negocito ponemos, con tanto trabajador: clientela segura verás- el señor se tranquilizaba un poco, y aun con cierta desesperanza decía:
-Pus nada más que los dejen trabajar todos esos manifestantes-,
-vas a ver que pronto se van ese hijos de su puta madre, que mejor deberían de ponerse a trabajar cabrones huevones.
En Ramón ya no había recelo hacia los manifestantes ya había un profundo resentimiento, y más después de aquel día en que sin mas por hacer y ya casi sin dinero que Ramón fue ofreciendo sus pieles de serpientes a los manifestantes.
Pinche inconsciente fue lo menos soez que le gritaron entre todo ese mar de insultos, se escuchó algún patán, muchos chingas a tu madre, varios pendejos.
Pinches fresitas putos -dijo Ramón a su padre al contar lo sucedido- que ya los quería ver a los cabrones viviendo aquí todos los días a ver si muy chingones, que se fueran a la chingada a sus casas elegantes que aquí nadie los había llamado.
El dinero nunca fue mucho y la espera se había alargado, si bien los manifestantes no se habían ido, la minera tampoco les había contestado sus solicitudes de trabajo, que vamos hasta siendo empleados de limpieza se daban por satisfechos, ya estaban pensando que no los contratarían si bien la esperanza muere al último, los ruidos de maquinas en las noches les confirmaban que estaban trabajando la mina aún con las protestas todavía en marcha.
Sus sospechas fueron confirmadas al poco tiempo, por un lado al enterarse que aquellas tierras donde antes trabajaban no fueron destinadas solo a un almacén sino también en condominios para albergar a lo trabajadores de la mina, además que se dieron cuenta que ese puente no les era de mínima utilidad, ellos no tenía carro, de ¿que les servía un bonito puente de concreto?, simplemente no fue hecho para ellos.
El dinero se casi se acababa, solo quedaba el suficiente para hacer lo que todos ya habían hecho y que ellos en su necedad no lo hicieron, siguieron así el camino que los demás ya habían tomado, se fueron por la sendera que conduce al norte, había que ir ligero, se dejaron mesas y muebles que parecieron haber sido clavados al suelo para quedarse ahí por siempre.
Al irse del pueblo pasaron por donde los manifestantes quienes aventaban huevos a una camioneta con la calca de la minera sólo algunos vieron la retirada. El padre de Ramón pasó de largo, cabizbajo arrastrando el paso como queriendo llamar la atención, como culpándolos, recerca lo seguía su mujer. Ramón siguió varios metros detrás de sus viejos, callado avanzando lento y dirigiendo miradas de fuego y dibujando con la boca un chinguen a su madre a los manifestantes indiferentes a la huída de Ramón.
Y así se fueron lentamente caminando, volteando de vez en vez como esperando que aquel pueblo suyo, al ver partir a sus hijos, les convenciera de quedarse a cambio de resarcir todo los inconvenientes, de disculparse por toda la indiferencia mostrada a aquellos que lo quisieron tanto. Pero aquel laberinto de calles empedradas y edificios de piedra permanecería inmóvil quieto, estoico ante la partida de su gente, de su alma diría yo, que es un pueblo sin gente sino un pueblo sin alma, por que al final del día cuando los demás regresen a sus casas elegantes el viento junto con la tierra se encargaran de llevarse los vestigios de ese desalmado pueblo.