viernes, 27 de marzo de 2009

Coreografías (del hola al adios)

Algo de hace algunos ayeres......

Volteó la mirada buscando la correspondencia de la otra y pareciera ver o quisiera ver todo lo que complementaba sus características singulares, se sabía diferente a los demás o al menos el lo creía de esa forma, ¿era auténtico o no? talvez si, no había señal de pretensión en sus palabras, sus movimientos y sus actitudes, si acaso las razonables contradicciones de alguien de su edad, alguien confundido como todos los que se enfrentan a la incertidumbre del futuro. Se sabía incompleto, inexperto, inocente, ingenuo, se sabía a la vez capaz, coherente, se sabía diferente, auténtico.

Si bien algunos complejos de esos que echan raíz en la adolescencia a causa ya sea de algún método paternal poco ortodoxo o la inherente maldad de los adolescentes, aún permanecían arraigados, él se supo consciente de ellos y les restaba importancia, se diría que en cierta forma se recriminaba la presencia de estos.

La razón y el sentido común fueron herramientas que utilizaba frecuentemente, y frecuentemente era a la vez frío y algo calculador, no en el sentido en el que los villanos lo son en las películas, simplemente digamos que prestaba atención hacia donde iba a dar el siguiente paso.

El no sabía gran cosa de ella, había notado sus muchas virtudes; no era que la idealizara, simplemente ella poseía las mencionadas virtudes y no eran difíciles de notar, virtudes que había encontrado en diferentes personas pero nunca reunidas en una sola, y como su escepticismo le mandaba dudaba de estas virtudes, le parecían un poco imposibles, insostenibles en una sola persona.

Con el sentido del raciocinio a la mano, listo para emplearlo en cualquier situación y en ocasiones abusando de este uso (cuantas veces no se vio en acaloradas discusiones que terminaban girando en torno a la semántica dejando a un lado lo trascendental del asunto), el sabía que ella seguramente tendría defectos y seguramente no serían pocos, había aprendido a hacer a un lado a esa su ingenuidad latente, a esos aires de inocencia soñadora, que lo acostumbraban abstraer de la realidad t durante el rojo de un semáforo como en ocasiones a media conversación.

En ese momento no importaban esos defectos, sabía que no habría tiempo para estudiarlos, para aborrecerlos y si lo hubiera por obra y gracia de la santísima trinidad misma en la que el no creía, pues ya vería como arreglárselas. Lo que le interesaba en esos momentos (como su usual escepticismo le imperaba) era desentrañar ese misterioso combo de virtudes.

No se explicaba la perfecta coordinación de la caída de ese cabello con el esbozo de una sonrisa seguido por contundente argumento, parecía ensayado, como la obra que se ha interpretado infinidad de veces, tanto que termina siendo un movimiento natural. Trataba de esquematizar esa coreografía de movimientos, palabras, miradas sonrisas y posturas, y en el momento en que creía haber desentrañado esa secuencia para convertir el movimiento natural en uno mecanizado, lo sorprendía una improvisación en esa “recreación teatral”; una broma, un gesto, un movimiento, no sé, algo que complicaba la predicción del siguiente movimiento.

Vaya incertidumbre (insoportable incertidumbre), cada vez que alguna improvisación desbarataba las predicciones formuladas tenía que empezar de nuevo recreando en la memoria otra vez esa coreografía agregando los nuevos pasos de su “teatral” comportamiento, después lo analizaba y le asignaba una secuencia y formulaba así la siguiente predicción, y así lo hacia una y otra vez en un ciclo interminable de predicciones equivocadas. Al final terminaba frustrado y dándose cuenta de sus infructuosos esfuerzos de asignarle un orden lógico a la encantadora autenticidad de ella.

Fue así como este encanto postró un velo sobre él que lo cubrió en su humana totalidad, empezando por la cabeza llenándola de ensoñaciones fantásticas y disparates siguiendo por el pecho haciéndolo mas cálido, sensible y a la vez más vulnerable, hasta llegar a los pies cubriéndolos y quitándoles el frío que calaba hasta los huesos de esos días en aquel lugar encantado.

El rápido transcurrir del tiempo solo profetizaba una final donde la realización de su deseo no era una posibilidad, en cualquier caso el escenario más optimista era un fuerte abrazo, una despedida rápida y largo camino a casa.

Y así con el rápido devenir de las horas el momento llegó, ella se le iba aunque propiamente era él el que se iba, ella se quedaba. Fue en ese momento cuando su partida se hizo inminente. Ella se le iba como el agua que escurre entre los dedos, fue entonces cuando sintió la necesidad imperativa de sujetarla y llevarla con él, pero no lo haría, no podía hacerlo, no era razonable, eso sin tomar en cuenta que el encantamiento por el momento no era correspondido y pareciera que de esa forma permanecería. No había señal alguna de correspondencia, fue él por voluntad propia víctima de un enamoramiento unilateral.

Ya de regreso de ese lugar encantado, la distancia se acrecentaba y continuaría haciéndolo con el correr de los días, meses y años. A cada kilómetro la influencia del encanto parecía desvanecerse, el velo que lo cubría hacía ahora su recorrido en el sentido contrario, desde sus pies que se vieron por primera vez descubiertos desde el encantamiento y que ahora sentían el frío del aire que se colaba por una hendidura de la puerta del carro, frío también se volvió su pecho y a su vista le volvió la claridad y así también a su pensar, que ahora daba cuenta de ese corto enamoramiento, un tanto ingenuo, un tanto inocente, un tanto honesto, un mucho como él.

Sin embargo, debido a esa capacidad humana de recordar mediante la memoria y como el recordar es vivir, de vez en cuando volvía a sentir la calidez en su pecho y las fantasías y disparates volvían a su cabeza, recordaba y no podía evitar esbozar una sonrisa (una sonrisa de idiota según le decían), de aquellas que uno hace cuando les viene un recuerdo sobre los tiempos que no volverán, o al pensar sobre todas aquellas cosas que no fueron, pero que deseó que hubieran sido. Y en un instante el sonido de algún klaxon le golpeaba la cabeza justo para darse cuenta de que el semáforo ha cambiado a verde.

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